Nereidas
Lo que las lágrimas esconden.
Obsesión
La simple intención de conseguir o alcanzar algo te incita a destruir, a romper, te perturba. A su vez, este fuerte sentimiento te lleva a perder la razón, a no pensar en otra cosa más que en ello. El poder de destrucción, de ansia, de necesidad, ese efecto psicológico que te hace caer tropezando con la misma piedra cientos de veces, hasta que sangras. Pero sangrar no te importa en ese momento, sigues cayendo y dándote golpes hasta que los músculos empiezan a descoserse y los huesos a quebrar. Pero te da igual, no importa, nada importa. Coges fuerzas de nuevo, para chocar otra vez con esa piedra, que cuanto más esfuerzo pones en superarla, más fuerte te lesionas, más dolor te causas, y más te gusta. La sensación es natural, producida por estímulos que atormentan tu interior, pero… ¿qué más da? Es lo que quieres, lo que has estado buscando, la única razón por la que has respirado durante ese tiempo, que a pesar de ser tan breve, en tu mente ha sido eterno. Cada vez ves más cerca ese objetivo, esa meta. No te percatas de que es imposible alcanzarla de esa forma hasta que el dolor es tan fuerte que ya no tienes fuerzas ni para chocarte de nuevo. Entonces, piensas un poco más y te das cuenta de que ha sido una obsesión más, de las que siempre tienes. Por un momento cruza tu mente otra posibilidad, la de conseguir esa meta por otros medios, pero eso no te afecta, la piedra siempre estará allí y el objetivo se verá precioso, como el Edén de Adán.
Finalmente te das cuenta de cuán absurdo ha sido todo ese esfuerzo, todo ese sufrimiento y dolor causado en vano, cuando te fijas, teniendo la mente en blanco, que simplemente llegabas a esa meta alzando y alargando tu brazo. Que era mucho más fácil de lo que parecía, que todos tus lamentos hubieren acabado con una simple acción, con decir basta a tu obsesión. Pero ya es tarde, tu herida se abre cada vez más, no deja de sangrar, duele, y lo hace mucho. Entonces notas que has terminado, que toda esa manía tuya que te ha atormentado durante tanto tiempo sólo ha provocado tu sufrimiento, tu fin. Es entonces cuando te das cuenta de que absolutamente nadie te puede engañar mejor que tú.
lunes, 9 de enero de 2012
Je veux...
Yo quiero que todo sea distinto pero preservar aquello que más me gusta. Quiero que las cosas cambien pero que sigan igual. Quiero el progreso y me gustan las tradiciones. Quiero que calles y que me lo digas todo. Quiero que las contradicciones no se contradigan, que el tiempo se pare, que las calles duerman para siempre, que nadie las despierte, que todo sea de todos y nada de nadie. Quiero que no me escuches y que me entiendas. Lo quiero todo y no quiero nada. Quiero una presión que no me presione, un agobio que no me agobie, y una vida que no esté tan muerta. Quiero la realidad de la ficción, la mentira de la lógica, los sentimientos del insensible y las respuestas del indeciso. La verdad del mentiroso, la mentira del sincero y la sinceridad de las piedras. Quiero el silencio de la gran ciudad y el ruido de los campos. La velocidad del agua y la humedad de la luz. La tranquilidad del huracán y la intranquilidad del dormido. Quiero la imposibilidad de lo posible y la posibilidad de lo imposible. Quiero escuchar al mudo, que me oiga el sordo y que me mire el ciego. Que no me canse el hablador, no me escuche el silencio y que no me mire el más astuto. Quiero que todo sea nuevo y que nada sea reciente, que todo sea viejo y que las cosas mueran, como debiera ser. Quiero que me calles y que me dejes seguir hablando. Quiero que me digas "te quiero" sin sentirlo y sintiéndolo mucho decirme "te odio". Quiero todo y a la vez no quiero nada.
jueves, 21 de julio de 2011
Rutina
viernes, 11 de marzo de 2011
Despertar
No hay sensación superior ni sentimiento más fuerte que la satisfacción que resulta después de liberar tus pasiones más profundas. Eliges uno de los veinte cigarrillos que quedan en tu perfecta caja de Chesterfield y lo enciendes, el sabor en los labios no es del todo desagradable, estás acostumbrado y lo necesitas. Miras a tu alrededor, lo ves todo de otra forma; más brillante, menos gris. Esta sensación, en un principio, no es percibida por todos tus sentidos, pero empieza a desarrollarse. Con los dedos tocas las suaves sábanas en las que te acurrucaste la noche anterior, con el oído escuchas ese lejano ruido a carretera, que ese día te resulta menos ensordecedor. Con el olfato te llega el aroma a mañana temprana, a humedad de rocío, a despertar del día. El gusto queda un tanto perturbado por los gramos de nicotina que se te pegan en el pulmón, pero el conjunto es hermoso, como tu sonrisa madrugadora. Finalmente, los ojos, abriéndolos poco a poco después de que el recién sol se despertara, después de ti, captas todos los muebles que decoran la habitación. Sientes esa perfección, esa felicidad tan desapercibida hasta que no está presente, esa sensación de renovación, de ganas de estallar en carcajadas, de romper a llorar de alegría. Tus sentidos están acechando cualquier movimiento, cualquier cambio, cualquier cosa para captar. Te sientes vivo, estás vivo.